Llamada así por Alois Alzheimer, Psiquiatra y Neurólogo alemán que describió por primera vez los síntomas de la enfermedad en 1907 gracias a su paciente Auguste Deter, es la causa más común de demencia, corresponde a entre el 60 a 70 % de los casos, siendo más frecuente entre los 75-84 años, sin grandes diferencias según sexo. Se estima que el número de personas mayores de 65 años con enfermedad de Alzheimer llegará a 13,8 millones para el 2050.

            La enfermedad de Alzheimer (EA) cabe dentro de los trastornos neurocognitivos mayores, teniendo como característica diferencial el inicio insidioso y la progresión gradual, además de verse predominantemente afectada la memoria y el aprendizaje. La edad es el factor de riesgo más importante, con una prevalencia que se duplica cada 5 años a partir de los 65 años. En cuanto a la herencia, existe un 10 a 20% más de riesgo de desarrollar la enfermedad si se cuenta con el antecedente de un familiar de primer grado que padece deterioro cognitivo mayor, pero menos del 1% de los casos de EA son de tipo heredado. Ser portador de enfermedades crónicas como la diabetes, hipertensión, obesidad, dislipidemia, tabaquismo y también depresión, puede aumentar los riesgos de desarrollar la enfermedad.

 ¿Por qué se produce?

                La enfermedad se relaciona con el depósito anormal de proteínas presentes en el cerebro: la proteína beta amiloide, formando las llamadas “placas de amiloide” y la proteína tau, cuyo acúmulo dentro de la neurona, adquiere una forma que es descrita como “ovillos neurofibrilares”. La presencia y aumento progresivo de estas alteraciones, paulatinamente va alterando de manera irreversible el funcionamiento y estructura de las neuronas. 

 ¿Cómo se manifiesta?

                   Tal como se conoce, el deterioro de memoria es el síntoma más común, el paciente no es capaz de recordar eventos recientes o formar nuevos recuerdos; a medida que la enfermedad progresa, también lo hace el deterioro de memoria. También se manifiesta por una menor capacidad organizativa, menor motivación en la ejecución de tareas (con bajo rendimiento laboral), cambios de ánimo, trastornos del sueño y, en casos más avanzados, pérdida de habilidades motoras y verbales. Con el tiempo, el paciente pierde la capacidad de darse cuenta de sus déficits.

 ¿Cómo se diagnostica?

                 Se sospecha ante cualquier adulto mayor con inicio insidioso y progresivo de falla de memoria y algún otro dominio cognitivo deteriorado.

              Al momento de la evaluación es importante considerar lo expresado por el paciente y un tercero, descartar otras causas que puedan explicar el deterioro, y realizar exámenes de apoyo.

Exámenes diagnósticos: 

              La evaluación neurocognitiva, juegan un rol importante en establecer el nivel basal del paciente, determinando el nivel del déficit y la alteración de la función cognitiva que lo produce. Una vez hecho el diagnóstico, permite hacer un seguimiento objetivo a través del tiempo y establecer estrategias de apoyo individuales.

                 Las neuro-imágenes también juegan un rol en el diagnóstico. RNM de cerebro, PET-FDG y PET-amiloide, ayudan a visualizar lesiones cerebrales, atrofia, zonas hipometabólicas o zonas de acúmulo de beta-amiloide, respectivamente. Los test genéticos no se recomiendan de rutina, debiendo ser reservados para casos de aparición temprana y contexto de EA familiar pero nunca en asintomáticos.

 

¿Qué hacer si hay sospecha de tener la enfermedad?

  • Lo primero es consultar a un neurólogo para determinar la presencia de síntomas y signos de esta u otra enfermedad que se manifieste con fallas de memoria u otro déficit cognitivo.
  • No es conveniente hacer exámenes si no hay síntomas sugerentes o existe una evidencia real de una enfermedad que afecte las capacidades cognitivas.
  • No automedicarse. Existe un comercio importante de venta de “vitaminas para la memoria” que no tienen ninguna evidencia científica de utilidad.
  • Evitar tomar medicamentos recomendados para otras personas, los medicamentos deben ser indicados por un médico especialista ya que existen efectos adversos que deben ser evaluados para cada paciente.
  • No existe en la actualidad tratamiento curativo o preventivo de la enfermedad de Alzheimer. La base de la prevención es el autocuidado, control de enfermedades crónicas como la hipertensión o la diabetes. Es importante consultar si existen síntomas tanto físicos como psíquicos, como depresión o ansiedad crónica. Los tratamientos actuales están enfocados en retrasar el curso natural de la enfermedad y permitir al paciente y familia más tiempo de vida funcional.
  • Siempre es recomendable como prevención un estilo de vida saludable, dieta sana, ejercicio, control del estrés, evitar abuso de alcohol, carbohidratos, cuidar el descanso y el sueño y sobre todo evaluar permanentemente la calidad de vida. A peor calidad de vida más probable es la aparición de la demencia.
  • Actualmente la progresión de la Enfermedad de Alzheimer es inevitable. Sin embargo el diagnóstico y tratamiento permiten, a través de las medidas generales y fármacos, prolongar el tiempo de funcionalidad del paciente, el contacto con la familia y una mejor calidad de vida para él y su familia al retrasar el avance de los déficit y controlar los síntomas tales como trastornos del sueño y de la conducta, con inquietud, agitación y agresividad.
  • Es importante mantener al paciente activo, en contacto con otras personas, actividad física, distracción, cuidar hábitos de alimentación y sueño.
  • Con el avance de la enfermedad los pacientes tienden a la apatía, sedentarismo y finalmente postración. En la mayor parte de los casos fallecen por causas secundarias a la inactividad. La falta de movilidad, muchas veces termina provocando posturas viciosas, escaras, acumulación de secreciones, falta de apetito y desnutrición, con el consiguiente riesgo de infecciones y de otras complicaciones metabólicas.

 

Dr. Patricio Ruedi A., Neurólogo ICN

Dra.  Javiera Arribas D., Médico General ICN

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